La antropología, suma de todas las ciencias que se refieren a la naturaleza del hombre y sus hechos, no está limitada a elaboraciones especulativas; su aplicación es imperativa en el presente y en el futuro. Para ella el pasado no es sino el prólogo del acontecer vivo.
Le importa tanto la contextura física y mental del hombre que hace muchos milenios fue víctima de catástrofes cósmicas desencadenadas por terremotos, deshielos y diluvios, como las ideas filosóficas, doctrinas económicas, invenciones y descubrimientos, por sus influencias positivas o negativas en los medios sociales de cualquier época, en cualquier latitud de la tierra.
Las expresiones y resultados del sentir y el pensar, los hechos de la interrelación humana, dirigen el interés de la antropología hacia las manifestaciones de la cultura y la civilización, suma universal de esos impulsos y realizaciones, pero también la proyecta el análisis de episodios aparentemente aislados o transitorios que determinan los destinos de una tribu o de la humanidad entera.
De aquí que pueda estimarse la antropología como una síntesis dinámica de cuanto se sabe de los grupos creadores de religiones y filosofías, normas morales, costumbres, leyes e instituciones, lengua, números y escritura, artes, técnica y ciencias, porque todo ello es producto del ser humano y él es producto de ese todo.
México es un extraordinario conjunto de tendencias, un crisol de culturas en el que todavía, a pesar de que han trascurrido más de cuatro centurias, están por amalgamarse las supervivientes nativas con las aún no amalgamadas de Europa; por esto, todo cuanto perfiló el modo de ser de los habitantes de México hace milenios obra sobre la existencia actual de la nación con invisible potencia, no sólo entre los herederos de la sangre nativa, sino también entre los extraños de ella, que a poco de vivir en estas tierras se impregnan de sus vibraciones mágicas.
De aquí que México sea una gigante incógnita, siempre fascinante; un conjunto de modernidad y remoto pasado, en que se mezclan ideas y artefactos de hoy con ideas y artefactos de viejos ayeres, cuya preponderancia le da singular personalidad entre los demás países del orbe.
A los contrastes espirituales y materiales que establece la vitalidad de tiempos distintos y distantes se agregan los que conforman desiertos, selvas, montañas, llanuras, en todo el territorio patrio.
Por estas diferencias y divergencias, México tiene una futura grandeza, afianzada en la grandeza de sus antepasados.
Compendio del Templo Mayor.
Por la construcción del metro, que en parte recorre túneles subterráneos, y que en su trayecto rodea la catedral, se encontraron grandes cantidades de objetos de diferentes materiales, al igual que pequeñas estructuras, como un altar en forma de pirámide que está en exhibición en la estación Pino Suárez.
Casualmente, a principios del año 1978, unos trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza, en la calle República de Guatemala, se toparon con una roca grabada, tan grande que no podían moverla. Esto resultó en el sensacional descubrimiento de una nueva escultura de la diosa lunar, hermana de Huitzilopochtli, que ya conocíamos en el hallazgo mencionado de su cabeza de diorita. Ahora se trata de una gran placa circular, de más de tres metros de diámetro, en que representa todo el cuerpo mutilado de la Coyolxauhqui; ahora la cabeza solamente forma parte de la imagen. En sus mejillas tiene también los cascabeles. Sin embargo, el conjunto es de extraordinaria composición. Aparecen todas las partes de su cuerpo, aunque separadas, con el hueso señalado en los lugares del corte.