Estudio analítico y descriptivo de las principales sectas misteriosas y de las Sociedades secretas más importantes, comprendiendo desde las creencias de las primitivas civilizaciones hasta las últimas modalidades del sindicalismo contemporáneo.
“Lo que se ve, la historia lo refiere; lo que se oculta, en el misterio muere.”
Al proyectarse en la historia la luz del genio investigador del hombre, analizando el pasado, investigando lo que fueron los pueblos y el proceso de los mismos, evidenciase que en casi todos se formaron núcleos de individuos que, movidos por un descontento espiritual íntimo, por las necesidades de la convivencia o por otras causas de índole diversa, como la comunidad de intereses hollados y más que todo por odio a las clases que usufructuaban el poder, trabajaron en silencio para hacerse fuertes por medio de la organización secreta, arma de combate que se ha puesto en juego en todas las épocas, en forma más o menos rudimentaria y obedeciendo a móviles y aspiraciones tan varios como las exigencias de cada período histórico.
Ha habido etapas en la historia, en las cuales, a causa de las circunstancias, han sido tan necesarias las sociedades secretas como los organismos oficiales y públicos: frente al imperio del poder y de la fuerza, al de los ídolos de la fortuna y los fetiches de la superstición, ha habido en todos los tiempos un lugar en el cual el imperio de la fuerza caducaba, la adoración de los ídolos era un mito y los fetiches eran escarnecidos como un objeto de vilipendio.
A principios del siglo XVI, época en la cual el despotismo era el árbitro de la sociedad española y en la que la libertad gemía aherrojada bajo el fantasma del absolutismo personificado en un monarca, vemos levantarse los Comuneros de Castilla y regarse con sangre las calles de poblaciones en que hasta entonces paseara triunfante el tirano de la libertad.
Efectivamente, uno de los más obvios sentimientos que ha dado origen a la formación de las sociedades secretas es el de la venganza, pero noble y racional, distinta del rencor personal, un deseo de venganza que va derecho contra las instituciones, no contra los individuos; que ataca las ideas, no a los hombres; en otras palabras, un gran anhelo de vindicación colectiva, transmitido de padres a hijos, como piadoso legado de amor, que santifica el odio y ensancha la responsabilidad y el carácter del hombre, ya que hay un odio justo y necesario, el del mal, que constituye la salvación de las naciones. ¡Ay del pueblo que no sabe odiar, porque caerá en manos de la intolerancia, de la hipocresía, de la superstición y la esclavitud!